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Ayuno Mortificación y Ayuno Preparación

  • parroquiayebenesmarjaliza
  • 9 mar 2019
  • 3 Min. de lectura

Una de las armas de conversión que se nos ofrecen en la Cuaresma es el ayuno. En efecto, en el Evangelio que se proclama cada año el Miércoles de Ceniza, Jesús nos dice cómo tenemos que ayunar, rezar, y hacer nuestra limosna. De tal manera que el ayuno, la oración y la limosna han quedado en la tradición de la Iglesia como las armas cuaresmales, como el trípode que se sostiene y edifica una verdadera conversión cuaresmal. Así lo enseña la Iglesia.

Hasta hace unas décadas era obligatorio abstenerse de comer carne todos los Viernes del año, y era obligatorio el ayuno todos los Viernes de Cuaresma, además del Miércoles de Ceniza, que era día de ayuno y abstinencia. De esta manera nuestra Madre la Iglesia nos enseñaba a recordar de manera especial el carácter penitencial de los Viernes, en memoria de la Pasión y Muerte de Jesucristo en la Cruz. Todos los miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo experimentaban así algo –muy poquito, pero algo– de los padecimientos de los miembros del Cuerpo Físico de Jesucristo aquel Viernes de Pasión y de Cruz.

Actualmente nuestra Madre la Iglesia ha atenuado la obligatoriedad del ayuno y la abstinencia, quedando casi un signo mínimo de “penitencia comunitaria universal”. La norma de la Iglesia nos dice que es obligatorio abstenerse de carne todos los Viernes del año, pudiendo suplirse por cualquier otro acto de piedad, excepto en los Viernes de Cuaresma que se mantiene la obligatoriedad. Y quedan como días de ayuno sólo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

Por tanto, para vivir mínimamente el sentido penitencial del ayuno y la abstinencia en comunión con todos los miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo, debemos cumplir este Mandamiento, aunque sea tan mínimamente penitencial, tan mínimamente costoso o doloroso, en comparación con los dolores que padecieron todos los miembros del Cuerpo Físico de Jesús en su Pasión y Cruz.

Pero también conviene recordar que existe otro ayuno en la vida de la Iglesia. Es el ayuno eucarístico; es decir, el ayuno que debemos observar antes de recibir el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía.

También, hasta hace unas décadas, había que guardar el ayuno eucarístico desde las 12:00 de la noche, y no se podía beber siquiera agua. Por eso las Misas solamente se celebraban por la mañana, y muy temprano, para poder comulgar. Después quedó reducido el ayuno eucarístico a tres horas antes de comulgar y pudiendo beber agua. Actualmente sólo hay que estar una hora en ayunas, antes de recibir el Cuerpo de Cristo en la Comunión Eucarística.

Pero ¿qué sentido tiene este ayuno eucarístico?. Nuestra Madre la Iglesia quiere que observemos ese ayuno de comida como un signo recordatorio de que vamos a recibir al Señor y que debemos ayunar de todo para prepararnos para recibirle. No es un “ayuno higiénico”, como piensan algunos, para tener el estómago limpio en el momento en que traguemos la Sagrada Hostia. No; no es por higiene.

Es un ayuno de preparación, que deberíamos saber extender a todo, y no reducirlo sólo al alimento. Lo mínimo es dejar de comer una hora antes de comulgar (también chicles, y caramelos). Pero es que deberíamos ayunar de todas las demás actividades, para dedicar al menos una hora a prepararnos para recibir al Señor. Si la Misa dura casi media hora, hasta que llegamos al momento de la Comunión, y el primer toque de campanas es media hora antes de iniciar la Misa, ya tenemos la hora completa. Sería bueno dedicar a la oración, a la meditación, a la preparación, esa primera media hora antes de la Misa. El ayuno eucarístico tendría entonces pleno sentido.

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